Según Wikipedia fue un 14 de diciembre de 1979 cuando se editó
el disco que hizo eternos a The Clash,
el afamado “London Calling”, aquel
disco de portada impactante, con la fotografía del bajista de la banda
rompiendo sin piedad su bajo, y rodeado
del grafismo de Raw Lowry, inspirado
en el primer disco de Elvis Presley, lo cual supe años después de casualidad, igual
que por azar supe que Pennie Smith, autora
de la fotografía de Paul Simonon (bajista) tomó la misma en una actuación de la
banda en el Palladium de New York, y pese a la inicial
reticencia de la fotógrafa por evitar que una fotografía imperfecta y de poca
calidad fuera la imagen de la portada, la misma se convirtió no solamente en su
portada sino en una imagen icónica con el paso del tiempo. Pero ya digo que
todos los alrededores o dimes y diretes del disco los fui conociendo mucho después y que hoy en
día están al alcance de todo el mundo vía internet. Y tampoco debemos olvidar
que hubo una época en que ni los discos, ni los libros, ni las películas,se
editaban o proyectaban simultáneamente en todas partes y que en provincias llegaban
cuando llegaban, que eso de la inmediatez es algo bastante reciente y no
existía en el siglo pasado. La verdad es que hemos perdido la paciencia a la
vez que nos hemos dejado aparcada la capacidad de disfrute, aunque tal vez
solamente sea una reflexión personal llevada por el paso del tiempo, que ya tengo
una edad.
Para mí, el afamado “London Calling” se editó en junio de
1980, cuando con mis pipiolines quince años fui al kiosko a comprar el número quincenal
de una revista con forma de periódico que se llamaba Disco Actualidad, una revista que venía “de provincias”, si con Zaragoza
podemos usar ese término, que comparado con mi pueblo es mucho comparar. Debo
aclarar y recordar, aunque la memoria suele ser bastante tramposa, que en
aquella época uno llegaba al kiosko a comprar algunas revistas que no me
acababan de convencer, ya que Popular 1 y
Vibraciones, me parecía que estaban orientadas
hacia un público de más edad que hacia las ensoñaciones de un quinceañero, en
resumen, demasiado Led Zeppelin o Lou Reed, y poco Graham Parker o Nick Lowe, como
representantes de todos aquellos sonidos con que uno se alimentaba en las
noches de Radio 3 desde el verano de 1979, gracias al Popgrama del UHF que nos avisó de la emisión a nivel nacional de
una radio que ponía cosas que a uno le parecían más frescas y acordes con mi
despertar juvenil. En fin, supongo que el Disco
Expres, Sal Común y otras revistas de la época me parecerían más jipiosas,
y no recuerdo comprarlas en su momento, demasiado Frank Zappa. Así que en el
kiosko me topé con una portada en la que el presente se enfrentaba con el
pasado: The Clash versus The Rolling Stones, que merecería unas
líneas el asunto, pero en aquel instante uno por edad y por todo estaba del
lado de los desconocidos TheClash,
sin dudar ni un segundo, pese a no haberles escuchado nunca.
En su interior había un artículo
central a doble página, cuyo título ya me hizo salivar, eso seguro. “El rock´n´roll de 1.980se llama The Clash”.
¿Qué más puede fantasear un provinciano quinceañero para sentirse bien o reafirmarse?.
En palabras del siglo XXI o tal vez del XX, pero no desde luego de principios
de los ochenta, ese titular era una promesa de ser in, cool o estar en la
pomada, y yo con quince años, wow. El artículo venía firmado por un señor
llamado Diego A. Manrique al que
veía en el UHF compartir con otro señor que me caía muy bien, Carlos Tena, la presentación de Popgrama, y esa cabecera mítica.
También guardo un recuerdo un poco entre nieblas de ver por allí a Ángel Casas, pero me parecía más señor
todavía y ya confundo y mezclo con sus años posteriores en Musical Express, pero el recuerdo es de mezclarse un poco todo. Era
la televisión musical que teníamos, era la prensa musical que teníamos y era la
vida que teníamos muy a principios de los ochenta. Recuerdo con meridiana
claridad leer el artículo y mi corazón empezando a bombear sangre porque Diego“escribía” para mí, exclusivamente
para mí, y me comentaba como una confidencia que esa banda desconocida para
servidor, The Clash, habían editado
su tercer disco, “London Calling” y
que aquel disco era nuestro presente en aquellos momentos.
La reacción fue inmediata al leer el
artículo de Diego A. Manrique, salir
a la calle a buscar aquella ambrosía que me auto-prometía situarme en el centro
de algo más importante que la vida, pecadillos de juventud. Supongo que para
alguien capitalino, o de una urbe con proyección es muy complicado entender que
los provincianos además de nuestras taras naturales tenemos la tara en los
genes del provincianismo, de difícil cura. Creo que casi todos los que puedan
leer esto en algún momento de sus vidas habrán vivido historias similares,
cambiando lugares, nombres o urgencias. Hay discos que uno recuerda
perfectamente dónde los ha comprado, y tiene una conexión emotiva con ese
recuerdo. Es por ello que seguramente habré olvidado muchas cosas, muchos días,
muchas personas, seguramente importantes, pero no puedo olvidar que me compré “Candy O” de The Cars en Música Y
Quinielas, esa tienda que había que bajar en la esquina de la Plaza Mayor
de mi pueblo, o que en Videosón, que
sigue existiendo en la calle López Gómez me compré “The River” de Bruce
Springsteen, o que me compré en la histórica Discos K de la calle Esgueva “La
Ley Del Desierto/La Ley Del Mar” de Radio
Futura, o en la planta baja de los Almacenes
Marny de la calle Regalado, en una esquina que tenían en la planta baja, me
compré el single, con el poster, de “Horror
En El Hipermercado”Alaska Y Los Pegamoides, o en la vanguardista Discos Foxy del Pasaje Gutiérrez me
compré el maxi de “This Charming Man”
de The Smiths, o que en Galerías Preciados, la de Ruiz Mateos,de
la calle Constitución me compré “El
Último Bar” de Mamá, y que,
llegamos al lugar que queríamos llegar, en Músical
2000 de la calle Padilla me compré una mañana de sábado el mitificado en mi
cabeza “London Calling” de The Clash, el disco predestinado a
cambiar mi vida, o eso sentí yo al leer el artículo de Diego A. Manrique.
La verdad es que el reclamo de “2 CREETELO!! PAGA UNO LLEVATE DOS” no
era lo más importante para la adquisición, pero ayudaba, además de añadir un
halo de honestidad, desinterés comercial, credibilidad y autenticidad por parte
del grupo, que así era uno de ingenuo. Todo lo cual hacía aún más atractiva la
escucha de un grupo que estaba predestinado a pertenecerme, como orgullosa muestra
a todo lo establecido o lo que sonaba mayoritariamente en las radio fórmulas de
la época, que se resumía en lo que ponían en Los 40 Principales o El Gran
Musical, dueños y señores de las bandas radiofónicas de la época. Y dejar
boquiabiertos a los viejales de Jagger
y Richards. Bueno, tengo que mirar a aquella
época, tratando de no ser ventajista, y rememorar que uno había crecido escuchando en
la radio convencional las canciones dedicadas de Karina, Camilo Sesto, Mocedades o Cecilia. La memoria me trae un recuerdo de escuchar un programa en
onda media por las noches, el del Mariscal
Romero, que por aquella época sin la k, ponía mucha música novedosa para mí,
que en su mayoría me sonaban excesivamente pesadas y no me decían casi nada: Emerson Lake & Palmer, Yes, Genesis o AC-DC. Una
mezcla de lo que se conocía como sinfónico, de progresivo y algo de hard-rock,
hasta que una noche esa radio explotó con un
himno que se clavó a fuego lento en mi cerebro, corazón y estómago. Sonó
“I Want You To Want Me” de unos
tipos que no ponía caras ni cuerpos y que respondían al nombre de Cheap Trick, y aquello significó una
patada para alterar mis gustos. Confieso, nunca mejor momento, que yo no crecí
escuchando a David Bowie, Pink Floyd, Sex Pistols, Bob Marley
o Velvet Underground, de los que precisamente
me persiguen dos recuerdos de los que no salgo bien parado. Sobre todo del
primero, y erala sensación que tenía al leer entrevistas con grupos españoles
de mediados/finales de los ochenta en las que siempre hablaban de sus años
mozos y su crecimiento abducidos por la batuta e influencias de la Velvet Underground, Stooges o MC5, lo cual me llevó a cierto complejo por la simple comparación y
es que casi nadie hablaba de las horteradas que yo había escuchado (así debo de
haber quedado afectado). El segundo es cuando un amigo viajó a Alemania, ya
serían bastante avanzados los ochenta, y me dijo si quería algún disco de
aquellas tierras tan lejanas, antes el extranjero era el extranjero y como las
cosas no llegaban al día siguiente todo parecía, y era,mucho más complicado.
Por supuesto le pedí el disco del plátano de la Velvet Underground, aquel del que todo el mundo hablaba maravillas.
Al mes, a su regreso, y como una sorpresa inesperada, porque uno pensaba que
fuera de mi pueblo todo era tan complicado como aquí, me cité con mi amigo enfrente
de la Universidad, tal vez en La Calleja,
o puede que eso ya lo haya trastocado en mi mente, con el disco. Eran otros
tiempos.
¿Y qué tenía “London Calling” en su interior? Supongo que a estas alturas no se
puede descubrir nada nuevo sobre un disco que tenía TODO lo que necesitaba escuchar en aquellos instantes, sin sobrar
ni faltar nada. Un doble disco, con dieciocho canciones rotuladas en la
contraportada y que además tenía un tema sorpresa no reflejado al final de su
última cara, prueba irrefutable que The Clash
no se movían como los paquidermos de la época por el vil peso de las libras
esterlinas, o de esa manera lo interpretaba, que cada uno acomoda los mensajes
a su propia conveniencia. Allí estaban las diecinueve canciones para disfrutar,
para soñar, para volar.Sin duda era el disco perfecto, era mi disco, porque todas las canciones eran perfectas o al menos esa
perfección que mi reducido mundo de provincias necesitaba en aquellos momentos.
El mejor recuerdo que conservo del disco es el disfrute de cada tema con la
inocencia de un recién llegado a un mundo que se abría, es lo de tener la mente
limpia y absorbente, algo que con el paso del tiempo he ido perdiendo, cosas de
la edad. No tengo ninguna duda que es uno de los discos que más veces he
escuchado entero, sin pausas, desde la primera a la última canción. En el
momento que escribo estas líneas estoy empezando la cara tres, y es de los
pocos discos, no creo que pudiera citar más de cinco, que cada escucha tal vez
no me aporte nada nuevo o me descubra algún matiz o diferentes vibraciones,
pero la verdad es que me sigue sin cansar
su escucha, porque todo discurre con una magia similar, aunque lo mismo es mi
subconsciente, a la que provocó su primera escucha y ese momento de fascinación
tras extraer los encartes de las letras y créditos del disco. Tal vez sea una
ficción mentirosa, pero me sigue llevando a ese momento de, ¿lo podemos llamar
candidez?, seguramente. Sigue funcionando como un reloj, con esa mezcla de
estilos que no tenía ni idea de lo que eran, pero con el paso de la aguja sobre
otros discos fui aprendiendo que “London
Calling” tenía rock, pop, himnos, música disco, ska, épica, reggae, punk y
kilos de actitud. Todo mezclado como en una coctelera y al que no se podía hacer
ningún reproche, unos tipos que se movían en todas las piezas con chulería,
desparpajo, y una elegancia rebelde que me hacían sentir una envidia insana, y
es que gracias a The Clash, y
algunos más, recibí la bofetada de la existencia de otros mundos increíbles y
tan diferentes del mundo que tenía a mi alrededor con quince años, que uno era
bastante pavito por esa época. Sigo siendo bastante pavito y sigo teniendo
envidia insana.
Cuarenta años después han pasado
muchas cosas, tanto en lo personal como a una banda, The Clash, que se iba a comer el mundo y el mundo se los zampó sin
piedad, después de tocar el cielo y convertirse en unas estrellas, que todo hay
que contarlo. Después de “London
Calling” nada volvió a ser igual,
ni siquiera parecido. Tanto talento concentrado en un doble disco no se volvió
a repetir, aunque “Sandinista” (un
triple vinilo por el precio de un doble) trató de emular la jugada, según la
fuente citada al principio, Wikipedia, exactamente el triple disco se editó 363
días después de la edición del disco que nos ha reunido. Aquello ya no fue lo
mismo, ni siquiera para los oídos, aún muy novatos, de un dieciseisañero
provinciano. Gran parte de la exuberancia de 1979 había quedado sepultada en
menos de un año. Y es que así es la vida, no lo podemos negar. Y mira que uno
pensó que el tren iba a arrollar a Jagger
y Richards, que el mundo se les iba
a zampar y, vaya tino tuve, siguen comiéndose el mundo. Pero no nos apartemos de
“London Calling” y demos una nueva
escucha a un disco que sigue ardiendo al sonar, y pese a los aniversarios,
sigue prometiendo y trasmitiendo el elixir de algo irrepetible y mágico. Algo
que podríamos asemejar a una conjunción de astros que unen las primeras e
inocentes degustaciones de canciones con sueños adolescentes que finalmente
confluyen en nuestras propias realidades. Ahora llega tu turno de desempolvar
el vinilo, los casetes, el cd, poner el streaming o buscarlo en la red, que las
posibilidades han aumentado tan exponencialmente que uno se paraliza al pensar
si será del mismo modo la forma en que se ha reducido la capacidad de valorar y
disfrutar, pero eso es otra batallita, al fin y al cabo no dejo ser un cincuenta
y cincoañero. (Tomi Diez Madrigal, diciembre de 2019).
No hay comentarios:
Publicar un comentario