lunes, 9 de diciembre de 2019

EL ROCK´N´ROLL DE 1.980 SE LLAMABA THE CLASH


Según Wikipedia fue un 14 de diciembre de 1979 cuando se editó el disco que hizo eternos a The Clash, el afamado “London Calling”, aquel disco de portada impactante, con la fotografía del bajista de la banda rompiendo sin piedad  su bajo, y rodeado del grafismo de Raw Lowry, inspirado en el primer disco de Elvis Presley, lo cual supe años después de casualidad, igual que por azar supe que Pennie Smith, autora de la fotografía de Paul Simonon (bajista) tomó la misma en una actuación de la banda en el Palladium de New York, y pese a la inicial reticencia de la fotógrafa por evitar que una fotografía imperfecta y de poca calidad fuera la imagen de la portada, la misma se convirtió no solamente en su portada sino en una imagen icónica con el paso del tiempo. Pero ya digo que todos los alrededores o dimes y diretes del disco  los fui conociendo mucho después y que hoy en día están al alcance de todo el mundo vía internet. Y tampoco debemos olvidar que hubo una época en que ni los discos, ni los libros, ni las películas,se editaban o proyectaban simultáneamente en todas partes y que en provincias llegaban cuando llegaban, que eso de la inmediatez es algo bastante reciente y no existía en el siglo pasado. La verdad es que hemos perdido la paciencia a la vez que nos hemos dejado aparcada la capacidad de disfrute, aunque tal vez solamente sea una reflexión personal llevada por el paso del tiempo, que ya tengo una edad.


Para mí, el afamado “London Calling” se editó en junio de 1980, cuando con mis pipiolines quince años fui al kiosko a comprar el número quincenal de una revista con forma de periódico que se llamaba Disco Actualidad, una revista que venía “de provincias”, si con Zaragoza podemos usar ese término, que comparado con mi pueblo es mucho comparar. Debo aclarar y recordar, aunque la memoria suele ser bastante tramposa, que en aquella época uno llegaba al kiosko a comprar algunas revistas que no me acababan de convencer, ya que Popular 1 y Vibraciones, me parecía que estaban orientadas hacia un público de más edad que hacia las ensoñaciones de un quinceañero, en resumen, demasiado Led Zeppelin o Lou Reed, y poco Graham Parker o Nick Lowe, como representantes de todos aquellos sonidos con que uno se alimentaba en las noches de Radio 3 desde el verano de 1979, gracias al Popgrama del UHF que nos avisó de la emisión a nivel nacional de una radio que ponía cosas que a uno le parecían más frescas y acordes con mi despertar juvenil. En fin, supongo que el Disco Expres, Sal Común y otras revistas de la época me parecerían más jipiosas, y no recuerdo comprarlas en su momento, demasiado Frank Zappa. Así que en el kiosko me topé con una portada en la que el presente se enfrentaba con el pasado: The Clash versus The Rolling Stones, que merecería unas líneas el asunto, pero en aquel instante uno por edad y por todo estaba del lado de los desconocidos TheClash, sin dudar ni un segundo, pese a no haberles escuchado nunca.

En su interior había un artículo central a doble página, cuyo título ya me hizo salivar, eso seguro. “El rock´n´roll de 1.980se llama The Clash”. ¿Qué más puede fantasear un provinciano quinceañero para sentirse bien o reafirmarse?. En palabras del siglo XXI o tal vez del XX, pero no desde luego de principios de los ochenta, ese titular era una promesa de ser in, cool o estar en la pomada, y yo con quince años, wow. El artículo venía firmado por un señor llamado Diego A. Manrique al que veía en el UHF compartir con otro señor que me caía muy bien, Carlos Tena, la presentación de Popgrama, y esa cabecera mítica. También guardo un recuerdo un poco entre nieblas de ver por allí a Ángel Casas, pero me parecía más señor todavía y ya confundo y mezclo con sus años posteriores en Musical Express, pero el recuerdo es de mezclarse un poco todo. Era la televisión musical que teníamos, era la prensa musical que teníamos y era la vida que teníamos muy a principios de los ochenta. Recuerdo con meridiana claridad leer el artículo y mi corazón empezando a bombear sangre porque Diego“escribía” para mí, exclusivamente para mí, y me comentaba como una confidencia que esa banda desconocida para servidor, The Clash, habían editado su tercer disco, “London Calling” y que aquel disco era nuestro presente en aquellos momentos.

La reacción fue inmediata al leer el artículo de Diego A. Manrique, salir a la calle a buscar aquella ambrosía que me auto-prometía situarme en el centro de algo más importante que la vida, pecadillos de juventud. Supongo que para alguien capitalino, o de una urbe con proyección es muy complicado entender que los provincianos además de nuestras taras naturales tenemos la tara en los genes del provincianismo, de difícil cura. Creo que casi todos los que puedan leer esto en algún momento de sus vidas habrán vivido historias similares, cambiando lugares, nombres o urgencias. Hay discos que uno recuerda perfectamente dónde los ha comprado, y tiene una conexión emotiva con ese recuerdo. Es por ello que seguramente habré olvidado muchas cosas, muchos días, muchas personas, seguramente importantes, pero no puedo olvidar que me compré “Candy O” de The Cars en Música Y Quinielas, esa tienda que había que bajar en la esquina de la Plaza Mayor de mi pueblo, o que en Videosón, que sigue existiendo en la calle López Gómez me compré “The River” de Bruce Springsteen, o que me compré en la histórica Discos K de la calle Esgueva “La Ley Del Desierto/La Ley Del Mar” de Radio Futura, o en la planta baja de los Almacenes Marny de la calle Regalado, en una esquina que tenían en la planta baja, me compré el single, con el poster, de “Horror En El Hipermercado”Alaska Y Los Pegamoides, o en la vanguardista Discos Foxy del Pasaje Gutiérrez me compré el maxi de “This Charming Man” de The Smiths, o que en Galerías Preciados, la de Ruiz Mateos,de la calle Constitución me compré “El Último Bar” de Mamá, y que, llegamos al lugar que queríamos llegar, en Músical 2000 de la calle Padilla me compré una mañana de sábado el mitificado en mi cabeza “London Calling” de The Clash, el disco predestinado a cambiar mi vida, o eso sentí yo al leer el artículo de Diego A. Manrique.


La verdad es que el reclamo de “2 CREETELO!! PAGA UNO LLEVATE DOS” no era lo más importante para la adquisición, pero ayudaba, además de añadir un halo de honestidad, desinterés comercial, credibilidad y autenticidad por parte del grupo, que así era uno de ingenuo. Todo lo cual hacía aún más atractiva la escucha de un grupo que estaba predestinado a pertenecerme, como orgullosa muestra a todo lo establecido o lo que sonaba mayoritariamente en las radio fórmulas de la época, que se resumía en lo que ponían en Los 40 Principales o El Gran Musical, dueños y señores de las bandas radiofónicas de la época. Y dejar boquiabiertos a los viejales de Jagger y Richards. Bueno, tengo que mirar a aquella época, tratando de no ser ventajista, y rememorar que uno había crecido escuchando en la radio convencional las canciones dedicadas de Karina, Camilo Sesto, Mocedades o Cecilia. La memoria me trae un recuerdo de escuchar un programa en onda media por las noches, el del Mariscal Romero, que por aquella época sin la k, ponía mucha música novedosa para mí, que en su mayoría me sonaban excesivamente pesadas y no me decían casi nada: Emerson Lake & Palmer, Yes, Genesis o AC-DC. Una mezcla de lo que se conocía como sinfónico, de progresivo y algo de hard-rock, hasta que una noche esa radio explotó con un  himno que se clavó a fuego lento en mi cerebro, corazón y estómago. Sonó “I Want You To Want Me” de unos tipos que no ponía caras ni cuerpos y que respondían al nombre de Cheap Trick, y aquello significó una patada para alterar mis gustos. Confieso, nunca mejor momento, que yo no crecí escuchando a David Bowie, Pink Floyd, Sex Pistols, Bob Marley o Velvet Underground, de los que precisamente me persiguen dos recuerdos de los que no salgo bien parado. Sobre todo del primero, y erala sensación que tenía al leer entrevistas con grupos españoles de mediados/finales de los ochenta en las que siempre hablaban de sus años mozos y su crecimiento abducidos por la batuta e influencias de la Velvet Underground, Stooges o MC5, lo cual me llevó a cierto complejo por la simple comparación y es que casi nadie hablaba de las horteradas que yo había escuchado (así debo de haber quedado afectado). El segundo es cuando un amigo viajó a Alemania, ya serían bastante avanzados los ochenta, y me dijo si quería algún disco de aquellas tierras tan lejanas, antes el extranjero era el extranjero y como las cosas no llegaban al día siguiente todo parecía, y era,mucho más complicado. Por supuesto le pedí el disco del plátano de la Velvet Underground, aquel del que todo el mundo hablaba maravillas. Al mes, a su regreso, y como una sorpresa inesperada, porque uno pensaba que fuera de mi pueblo todo era tan complicado como aquí, me cité con mi amigo enfrente de la Universidad, tal vez en La Calleja, o puede que eso ya lo haya trastocado en mi mente, con el disco. Eran otros tiempos.


¿Y qué tenía “London Calling” en su interior? Supongo que a estas alturas no se puede descubrir nada nuevo sobre un disco que tenía TODO lo que necesitaba escuchar en aquellos instantes, sin sobrar ni faltar nada. Un doble disco, con dieciocho canciones rotuladas en la contraportada y que además tenía un tema sorpresa no reflejado al final de su última cara, prueba irrefutable que The Clash no se movían como los paquidermos de la época por el vil peso de las libras esterlinas, o de esa manera lo interpretaba, que cada uno acomoda los mensajes a su propia conveniencia. Allí estaban las diecinueve canciones para disfrutar, para soñar, para volar.Sin duda era el disco perfecto, era mi disco, porque todas las canciones eran perfectas o al menos esa perfección que mi reducido mundo de provincias necesitaba en aquellos momentos. El mejor recuerdo que conservo del disco es el disfrute de cada tema con la inocencia de un recién llegado a un mundo que se abría, es lo de tener la mente limpia y absorbente, algo que con el paso del tiempo he ido perdiendo, cosas de la edad. No tengo ninguna duda que es uno de los discos que más veces he escuchado entero, sin pausas, desde la primera a la última canción. En el momento que escribo estas líneas estoy empezando la cara tres, y es de los pocos discos, no creo que pudiera citar más de cinco, que cada escucha tal vez no me aporte nada nuevo o me descubra algún matiz o diferentes vibraciones, pero la verdad es que me sigue sin  cansar su escucha, porque todo discurre con una magia similar, aunque lo mismo es mi subconsciente, a la que provocó su primera escucha y ese momento de fascinación tras extraer los encartes de las letras y créditos del disco. Tal vez sea una ficción mentirosa, pero me sigue llevando a ese momento de, ¿lo podemos llamar candidez?, seguramente. Sigue funcionando como un reloj, con esa mezcla de estilos que no tenía ni idea de lo que eran, pero con el paso de la aguja sobre otros discos fui aprendiendo que “London Calling” tenía rock, pop, himnos, música disco, ska, épica, reggae, punk y kilos de actitud. Todo mezclado como en una coctelera y al que no se podía hacer ningún reproche, unos tipos que se movían en todas las piezas con chulería, desparpajo, y una elegancia rebelde que me hacían sentir una envidia insana, y es que gracias a The Clash, y algunos más, recibí la bofetada de la existencia de otros mundos increíbles y tan diferentes del mundo que tenía a mi alrededor con quince años, que uno era bastante pavito por esa época. Sigo siendo bastante pavito y sigo teniendo envidia insana.


Cuarenta años después han pasado muchas cosas, tanto en lo personal como a una banda, The Clash, que se iba a comer el mundo y el mundo se los zampó sin piedad, después de tocar el cielo y convertirse en unas estrellas, que todo hay que contarlo. Después de “London Calling” nada volvió a ser igual, ni siquiera parecido. Tanto talento concentrado en un doble disco no se volvió a repetir, aunque “Sandinista” (un triple vinilo por el precio de un doble) trató de emular la jugada, según la fuente citada al principio, Wikipedia, exactamente el triple disco se editó 363 días después de la edición del disco que nos ha reunido. Aquello ya no fue lo mismo, ni siquiera para los oídos, aún muy novatos, de un dieciseisañero provinciano. Gran parte de la exuberancia de 1979 había quedado sepultada en menos de un año. Y es que así es la vida, no lo podemos negar. Y mira que uno pensó que el tren iba a arrollar a Jagger y Richards, que el mundo se les iba a zampar y, vaya tino tuve, siguen comiéndose el mundo. Pero no nos apartemos de “London Calling” y demos una nueva escucha a un disco que sigue ardiendo al sonar, y pese a los aniversarios, sigue prometiendo y trasmitiendo el elixir de algo irrepetible y mágico. Algo que podríamos asemejar a una conjunción de astros que unen las primeras e inocentes degustaciones de canciones con sueños adolescentes que finalmente confluyen en nuestras propias realidades. Ahora llega tu turno de desempolvar el vinilo, los casetes, el cd, poner el streaming o buscarlo en la red, que las posibilidades han aumentado tan exponencialmente que uno se paraliza al pensar si será del mismo modo la forma en que se ha reducido la capacidad de valorar y disfrutar, pero eso es otra batallita, al fin y al cabo no dejo ser un cincuenta y cincoañero. (Tomi Diez Madrigal, diciembre de 2019).





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